Memorias de una geisha by Arthur Golden

Memorias de una geisha by Arthur Golden

autor:Arthur Golden [Golden, Arthur]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1997-01-01T05:00:00+00:00


* * *

En el rickshaw, de vuelta a Gion, Mameha me dijo que lo había hecho muy bien.

—¡Pero, Mameha, si no he hecho nada!

—¿Ah, no? ¿Entonces cómo explicas tú lo que vimos en la frente del doctor?

—Yo no vi nada, sólo la mesa que tenía frente a mí.

—Pues digamos que cuando el doctor te estaba limpiando la sangre de la pierna, tenía la frente perlada de sudor, como si estuviéramos en pleno verano, pero la habitación no estaba ni siquiera templada.

—No creo.

—¡Pues qué le vamos a hacer! —dijo Mameha.

Yo no estaba muy segura de lo que hablaba Mameha ni qué pretendía exactamente llevándome a conocer a aquel doctor. Pero tampoco podía preguntarle, pues ya me había dicho claramente que no me iba a contar sus planes. Y entonces, justo cuando el rickshaw cruzaba el puente de la Avenida Shijo para devolvernos a Gion, Mameha se paró a mitad de lo que me estaba contando.

—No sabes, Sayuri, cómo te lucen los ojos con ese kimono. Los escarlatas y amarillos… dan a tus ojos un brillo casi plateado. ¡Pero qué tonta soy! ¡Mira que no haberlo pensado antes! ¡Conductor! —llamó—. Nos hemos pasado. Párese aquí, por favor.

—Me había dicho Tominaga-cho, señora. No puedo parar en medio de un puente.

—O bien nos deja aquí ahora o llegamos hasta el otro lado del puente, damos la vuelta y lo cruzamos de nuevo en sentido contrario para venir a donde estamos. Y sinceramente no creo que tenga mucho sentido hacer eso.

El conductor dejó las varas en el suelo, y Mameha y yo nos bajamos. Los ciclistas tocaron las campanillas de sus bicicletas, enfadados, al pasar a nuestro lado, pero a Mameha no pareció preocuparle. Supongo que estaba tan segura de su lugar en el mundo que no se podía imaginar que le molestara a nadie que estuviera entorpeciendo el tráfico. Se tomó su tiempo, sacando una moneda tras otra de su monedero de seda hasta que pagó el precio exacto de la carrera, y luego me condujo por el puente de vuelta por donde habíamos venido.

Vamos a ir al estudio de Uchida Kosaburo —me anunció—. Es un artista maravilloso, y le van a gustar tus ojos. Estoy segura. A veces es un poco distraído. Y su estudio está todo revuelto. Puede que le lleve un rato fijarse en tus ojos, pero tú colócate siempre donde él pueda verlos.

Seguí a Mameha por un laberinto de calles y callejuelas hasta que llegamos a un callejón sin salida. Al final de éste se alzaba una brillante verja shinto, en miniatura, apretada entre dos casas. Al otro lado de la verja, pasamos entre varios pequeños pabellones y llegamos a unas escaleras de piedra flanqueadas por unos árboles que mostraban el brillante colorido otoñal. Las bocanadas de aire que salían del pequeño túnel que formaban los árboles sobre las escaleras eran frescas como el agua, de modo que al subirlas me pareció que estaba entrando en un mundo totalmente diferente. Oí unos chasquidos que me recordaron al sonido de la



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